
“El hombre atraviesa el presente con los ojos vendados.
Sólo puede intuir y adivinar lo que en verdad está viviendo.
Y después, cuando le quitan la venda de los ojos, puede mirar al pasado
y comprobar qué es lo que ha vivido y cuál era su sentido”
Milan Kundera
De niña escuché decir que un buen cantante podía serlo sin ser un buen interprete, o que un gran interprete no era necesariamente un buen cantante. Con el paso de los años y en la escucha de tantas canciones, un día lo entendí. Empecé a escuchar la música, y con ella las voces, su potencia, su entonación, las diferentes versiones que se hacían de algunas; había canciones que aprendía en poco tiempo, luego supe que no era un mero ejercicio memorístico, las palabras tomaban fuerza según la forma en que eran dichas y su posición en cada frase. Y es que una palabra puede remitir a ciertos significados, lo cual es práctico para la comunicación, pero su poder radica en su capacidad de evocación y transformación al ligarse con otras palabras, al pronunciarse en distintas formas, al ser motivadas por un afecto.
Saber cantar requiere técnica, saber trabajar correctamente el órgano de fonación. De ello deriva la ejecución, de un saber hacer.
Interpretar, si bien requiere del dominio técnico, anuda aquello que no se aprende, una vivencia; la transmisión de una fuerza capaz de remover lo más profundo pensado inalcanzable. Quien interpreta otorga un sentido que no es igual al que dará quien lo escuché pero que, en palabras de Kristeva, podrá hacer cuerpo con el otro. “Uno. Un sujeto de enunciación. Por identificación – ósmosis psíquica. Por amor.”[1] La interpretación puede entonces producir un encuentro, un reencuentro y en ello una creación.
Freud en “Consejos al médico sobre el tratamiento Psicoanalítico” señala que resulta necesario discernir lo inconsciente en todo lo que el paciente comunique conforme a la selección que haga él mismo y sin imponer censura personal, lo formula de la siguiente manera: “El médico debe volver hacia el inconsciente emisor del enfermo su propio inconsciente como órgano receptor, acomodarse al analizado como el auricular del teléfono se acomoda al micrófono. [...] Lo inconsciente del médico se habilita para reestablecer, desde los retoños a él comunicados de lo inconsciente mismo que ha determinado las ocurrencias del enfermo.”[2] De tal manera que lo interpretable es producto de una selección, de contenidos filtrados en tanto representantes.
En el arte, especialmente en las expresiones que utilizan recursos lingüísticos, sonoros y corporales, así como en el Psicoanálisis; “el lenguaje lógico y racional resulta particularmente inadecuado para referirse a experiencias emocionales [...] En consecuencia, toda vez que queremos hablar de nuestras experiencias internas, debemos utilizar el lenguaje poético”[3]
La técnica en el espacio analítico va bordando un nuevo velo con palabras, con silencios, con actos; pone en juego una atmósfera, un contexto, en donde se da lugar a la interpretación tomando como base la doctrina del significante y atendiendo particularmente su carácter polisémico.
Lacan precisa que la interpretación por parte del analista va de que éste “capte donde el sujeto se subordina a él (significante) hasta el punto de ser sobornado por él”[4]. Esto es, capturar las significaciones inconscientes manifestadas en la repetición de significantes (su diacronía) en tanto su capacidad metafórica (sincronía). Estos significantes operan como encubridores y al mismo tiempo como reveladores ya que, así como transforman lo pulsional en realidades soportables, también dan cuenta de aquello que ha sido objeto de la represión. En ello, la interpretación efectúa un corte en el sentido dado originalmente.
Sin embargo, considero que la interpretación no se centra en el sentido ya que, como lo explica Lacan, una vez que el sujeto emerge en el plano del sentido, se pierde. El sujeto está entonces atado a significantes. Por tanto, el sentido habrá de entenderse no en el plano de la comprensión sino como toma de dirección y también como inscripción.
Siguiendo a Heidegger “La interpretación se funda existencialmente en el comprender, y no es éste el que llega a ser por medio de aquella. La interpretación no consiste en tomar conocimiento de lo comprendido, sino en la elaboración de las posibilidades proyectadas en el comprender.”[5] Así, el sentido en la interpretación sirve para jugar con él, para moldearlo, romperlo y generar alteridad.
No existe interpretación que agote el camino hacia la represión primaria y, por tanto, que logre develarle; la interpretación no obtura, abre un otro discurso y así una nueva posibilidad de vivencia.
Sin embargo, no toda interpretación es efectiva; es decir, no toda interpretación produce un movimiento. Para ello es necesario conocer las expresiones lingüísticas del analizante, identificar resonancias en su discurso, contextualizarlas y capturar el significante susceptible de romper la cadena significante; por esta razón resulta improductivo y por demás aventurado asegurar un sentido que parte únicamente de representaciones aisladas.
Freud ya lo advertía en relación a la interpretación de los sueños: “hay elementos que no están destinados a la interpretación, o consecuentemente a la lectura, sino sólo a asegurar, como unos determinativos, que otros elementos se entiendan. La multivocidad de diversos elementos del sueño haya su correspondiente en antiguos sistemas de escritura, lo mismo que la omisión de diversas relaciones que tanto en uno como en otro caso tienen que complementarse a partir del contexto.[6]”
Todo el tiempo interpretamos acciones, palabras, situaciones; intentamos escapar de las posibilidades dando certezas al decir y aún así quedan partes que no se pueden transmitir. En esos intentos por asir lo irrecuperable, de transmitir lo indecible encontramos lo interpretable.
Interpretar es construir una realidad, que no es lo real. Es seleccionar significantes para construir un discurso. Cada uno hace del mundo su propia interpretación; elaboramos teorías del mundo, del origen, de la vida y de la muerte para construir un marco a la existencia.
Construimos representaciones de doble reflejo, uno al exterior y otro al interior; el primero compartido y cognoscible, el segundo velado y enigmático. Ambos se permean, y al hacerlo se impregnan uno del otro; por tal razón lo inconsciente puede ser nombrado.
Sin embargo, hay una frase que rescata Eco en una de sus más notables obras, y que no por casualidad cerrará este texto:
“De la primitiva rosa sólo nos queda el nombre, conservamos nombres desnudos[7]”.
[1] KRISTEVA, Julia. Historias de amor. México, Siglo XXI, 2000.
[2] SIGMUND, F. Obras completas. Tomo XII. Amorrortu editores, Buenos Aires, 1991.
[3] TUBERT-OKLANDER, Juan. ¿Por qué interpretamos? Congreso Psicoanalítico Regiomontano, México, 1995.
[4] LACAN, J. La dirección de la cura y los principios de su poder. Escritos II. Siglo XXI, México, 2005.
[5] HEIDEGGER, M. El ser y el tiempo. FCE, Buenos Aires, 2009.
[6] SIGMUND, F. Obras completas. El interés del psicoanálisis para las ciencias no psicológicas. Tomo XIII. Amorrortu editores, Buenos Aires, 1991.
[7] ECO, H. El nombre de la rosa. Lumen, España, 1982.