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Ser poema

  • Patricia Meléndez Aguirre
  • 17 may 2019
  • 3 Min. de lectura

Cuestionar el origen de las historias que contamos o que nos contaron no es tarea fácil que pueda ser obviada. Pocas veces a lo que decimos precede una reflexión sobre los motivos que subyacen en nuestras palabras; no hablo de intelectualizaciones sino de afectos, hablo de lo que buscamos al decir lo que decimos, y también del universo de emociones e ideas que no logran ser capturadas en una ilación de fonemas.

Concuerdo con Freud cuando hace referencia a los recursos que empleamos para dar trámite a la satisfacción del deseo: el juego, la fantasía, la poesía; la creación sostenida y apuntalada en lo real, en las vivencias pasadas que hacen presente y proyectan un futuro.

Somos seres que transitan en tiempo y en espacio; nacemos, nacimos; vivimos, revivimos; y morimos, moriremos todo el tiempo. Estamos atravesados por el tiempo que, por necesidad, hemos estructurado en diferentes cortes, pero que es el mismo tiempo; el inconsciente desconoce el pasado, el presente o el futuro. Sin embargo, hay formas en las que el tiempo hace marca; va dejando huella en la materia, en el cuerpo, en la tierra que habitamos; así se muestra en lo real.

Hablamos del tiempo cuando decimos: “cuando niño yo era...”, o “yo soy...”, o “yo seré...”; sin darnos cuenta de que todo está presente ahí, en el deseo, en la satisfacción anhelada. Las represiones que a temprana edad hicieron efecto en nuestra forma de satisfacción, deforman los medios para obtenerla y, en el mejor de los casos, los adecuan ya en la vida adulta a fin de evitar vergüenzas, señalamientos, rechazos. El adulto vive huyendo de la vergüenza a mostrarse, se oculta en intentos de identificaciones propias de los adultos.

Pero desarrolla recursos como la fantasía que, como el juego, hace soportables las demandas de una sociedad que exige adultos responsables, comprometidos, productivos, exitosos; por mencionar algunos imperativos vigentes. Estas últimas adjetivaciones, son plenamente cuestionables en su significado dependiendo el discurso que sostengan; sin embargo, hacen referencia a un más y a un menos, a valores o antivalores, y en esta lógica se busca pertenecer al más y a mostrar cierto valor.

Nuestras fantasías son cambiantes, como escenarios actualizados por las vivencias, pero con núcleos específicos e invariables; un centro que consolidó las más cercanas aproximaciones a la satisfacción. Fantaseamos sin atrevemos a ser poema, a reconocernos poema.

Poemas que cuenten la historia de una vida con miedos, con debilidades, con amores y desamores, con dolor, con desalientos, con ilusiones, con la crudeza o el alivio de la finitud y de la incertidumbre, de nuestras contradicciones. Somos poemas intentando ser frases grises, prácticas y metódicas. Somos poemas escondidos detrás de los argumentos que nos darán ciertas victorias o de los tecnicismos que nos hacen parecer más inteligentes o más cultos; escondidos detrás de las ropas que mostramos al mundo y que creemos que embellecen nuestro cuerpo por no saber reconocer la belleza que en sí contiene, somos poemas escondidos, desfigurados, adecuados al mundo. Somos poemas escritos por historias que nos preceden, por las historias que nos contamos, por las historias que se contarán de nosotros, por los afectos que éstas provocan.

Ser poema es reconocerse como creación, como producto de ella y causa también.

Quizá si nos atrevemos a ser poema nos reencontremos con eso que muchos llaman humanidad.

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