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Al menos tres cuerpos para morir y uno para volver cada vez

Patricia Meléndez Aguirre

“Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida”

Las simples cosas, Armando Tejada.

No matarás. Prohibición que en su enunciación contiene la posibilidad de una máxima transgresión. Como tal, pasar de la posibilidad al hecho provoca un foco de atención especial y más aún si no se trata de un hecho aislado o involuntario.

El contexto del asesinato se ha centrado en cuestionamientos tales como ¿quién es la víctima?, ¿quién es el asesino?, ¿cómo es cada uno?; y con un objetivo preventivo, la ciencia se ha enfocado en establecer patrones, perfiles. Pero también respondiendo a la fascinación de la transgresión de otros, las preguntas surgen: ¿por qué mata el asesino?, ¿por qué en la forma cómo lo hace?, ¿por qué a su víctima? Considero que no podríamos resumir sus respuestas en meras obviedades.

Si la premeditación y la alevosía son condiciones primordiales del asesinato, quien lo comete entonces ha fantaseado con la muerte del otro y además ha diseñado escenarios para consumarla; estos escenarios no son casuales y para el asesino serial menos lo serán.

En el asesino serial hay algo que grita, que insiste, que deja huella. Algo del objeto, algo de la escena, del modo, del intercambio entre éste y su víctima. Todo está ahí anudando significantes. La víctima se presenta como símbolo manipulable conforme a la fantasía que impera. Víctima como representación imaginaria.

Y es que tampoco la denominación podría ser casual, se trata de la muerte en lo real. La elección no es azarosa ni circunstancial, hay algo que une, que evoca y que posee la capacidad de formar una cadena circular. Los elementos se conectan en un común, y ahí en ese común es donde el asesino deja su marca, el punto de fijación, la señal de que aquellos elementos le pertenecen, pertenecen a su deseo y a su goce.

No es esta la ocasión para realizar un análisis minucioso de la tipificación, objetos o modus estudiados por la Criminología; bastará con decir que tratamos con distintas motivaciones y formas de satisfacción, su revisión requiere casuística. Pese a ello, y más allá de las características comunes que han conformado el perfil del asesino serial; me parece pertinente destacar ciertos componentes imperantes y relevantes para el Psicoanálisis: la sexualidad, la violencia, la no inmediatez del acto – como prolongación del goce – y, por supuesto, el juego de la muerte.

En el mecanismo de represión que Freud propone (1915), se advierte la pugna de la pulsión por satisfacerse; la reincidencia del asesinato remite a esta insistencia, al retorno de lo que en algún momento quedó en oscuridad. En este retorno se muestra sin mostrarse y deja sólo rastros de lo que se representa.

Freud señala que, en la represión “una moción pulsional choca con resistencias para hacerla inoperante”; ¿por qué habría de ser así? De acuerdo con el principio de placer, tendría entonces que tratarse de una moción placentera y, si es placentera, ¿por qué habría de reprimirse? Dirá que esa moción pulsional produciría placer en un lugar y displacer en otro; es decir, la condición para la represión es que el motivo de displacer sea mayor que el placer de la satisfacción. Así esta pulsión se mantendría alejada de la conciencia. Entonces, no toda pulsión es placentera, o al menos, no toda su carga conlleva al placer; esto supondría la desnudez del cuerpo y del alma ante los supuestos de la civilización, ante las pautas de convivencia social. Reprimimos aquello marcado por el “no”, por lo prohibido, reprimimos aquellas pulsiones que causarían culpa, vergüenza o angustia si tuvieran lugar ante un otro. Reprimimos un placer que no puede sentirse como tal (Freud,1920).

¿Qué convoca al asesino serial? Podría pensarse como una hostilidad desbordada, ante la cual la represión fracasa, pero ¿en realidad ha fracasado?, diría que no en tanto ha desplazado la pulsión hacia un objeto diferente al de su causa, pero semejante. Entonces, la represión podría pensarse a su vez como un mecanismo que nada tiene que ver con despojarse de la pulsión sino más bien de darle paso, no hacia el objeto que la causa, ya que esto resultaría en angustia; sino hacia otro objeto que se le parezca. Pero entonces, y por ello mismo, volverá a buscarlo, quedando vigente la tensión pulsional.

El asesino serial muestra en su víctima lo real de la muerte como síntoma de su deseo reprimido. Sostiene su pulsión en la repetición de aquello que padece; goza de lo imaginario en lo real. La búsqueda de satisfacción sexual no se da en una relación de un otro como sujeto sino como instrumento de un goce autoerótico, la sexualidad asociada a la muerte, al pecado, a la culpa, al castigo.

Se somete al cuerpo, despojándolo de su humanidad, arrancándolo en pedazos, torturándolo, haciéndolo padecer para finalmente quitarle toda señal de vida. Llega lo inanimado, el silencio; cede la resistencia, termina la fantasía y se impone lo real. El asesino goza de ello, sin llenarse de eso. Revivirá la fantasía y le añadirá nuevas expectativas. La represión se vive intermitente. Comenzará una vez más. La violencia erotizada. La fantasía ritualizada. En el asesino serial no hay sustitución ni extracción del goce que produzca alivio, cada nueva víctima es una aproximación ante lo que no alcanzará.

Y es que al final, ¿quién no ha intentado una y otra vez matar desamores, heridas narcisistas, pasajes tormentosos?, ¿quién no ha dicho “esta es la última vez”? gozando con el regreso de la imposibilidad. Lo que para unos basta con la metáfora, para el asesino serial demanda lo real, la vivencia de la carne en su paso a lo inanimado. Encarna, reencarna, su fantasma porque en algún punto no le alcanzó con su cuerpo, ni con sus sueños, ni con la palabra.

¿Será entonces tal acto de violencia un acto de des-amor enmascarado?, un amor que no encontró placer en la dulzura de las palabras, que no sintió la vida en la sutileza de las caricias, que no logró darse en la creación, que no logró reflejar. Un amor aprisionado, torturado, un amor que convirtió belleza en monstruosidad.

¿Qué mata el asesino en el otro?, ¿con qué quiere acabar en cada intento?, ¿qué intenta revivir?, ¿qué excitación busca aminorar? Retomando a Freud, si lo inanimado estuvo antes de lo vivo, un estado antiguo que lo vivo abandonó alguna vez; la meta de toda vida es la muerte.

Y el organismo sólo quiere morir a su manera, no lucha por sobrevivir, la inmortalidad sólo sería la prolongación del camino hacia la muerte. Pero dar muerte, es una forma de tomar control de ella, de decidir la duración del tramo que habrá de recorrerse; y este tramo no ha de atravesarse sin dolor, ni angustia, ni goce.

“Ellos dicen que es el número de personas que maté. Yo digo que es acerca del principio que me impulsó a matarlos”

Aileen Wuornos

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