
“¿Callarse? Pero teme el silencio.
¿Hablar? Pero teme la verdad”
Apuntes para una filosofía de la fragilidad
Freud en 1973 describió a los enfermos nerviosos con las siguientes líneas: “personas que no pueden realizar ningún esfuerzo mental a causa de sus dolores de cabeza o de su falta de concentración, los ojos les duelen al leer, las piernas se les fatigan al caminar, sintiéndolas sordamente doloridas y como embotadas. Los trastornos pueden desaparecer súbitamente ante una modificación profunda de sus condiciones de vida; en un viaje, por ejemplo, podrá sentirse muy bien y saborear sin trastornos las más diversas comidas, pero apenas vuelve a su casa debe limitarse a injerir leche cuajada”.
No podría abordar la histeria sin remitirme al cuerpo. Lo que habla del cuerpo, lo que habla en el cuerpo, lo que sin palabras dice y que transforma en síntoma; es hablar de eso que imposibilita, que duele y que llama, de eso que grita en silencio; porque el cuerpo siendo organismo también es efecto del discurso, es escucha, es una historia que se cuenta en fragmentos significantes.
Spinoza planteó: “No sabemos lo que puede un cuerpo”. No sabemos de su capacidad en sus facultades, pero tampoco de su capacidad de callar y silenciar, para partir del silencio y elaborar desde las más magníficas obras de arte hasta los más tormentosos escenarios.
En pleno siglo XXI, en plena era de la información, los científicos se empeñan afanosamente en encontrar el núcleo de las fallas corporales, orgánicas; para recomponer, para restaurar, incluso para mejorar sus funciones y posibilidades. Buscan los caminos lógicos que llevan a un cuerpo a decaer, a enfermar. Inventan artificios que sirven de soporte ante estas faltas y sueñan con el súper-humano, inmune, inmortal. En tal búsqueda, se encuentran con afecciones no explicables, sin correlación físico-fisiológica; en lo orgánico no hay nada, no hay camino “A desencadenante B”, las células y sus funciones no le hablan al científico, pero ahí hay un cuerpo que duele, que sufre, que está imposibilitado. Entonces surgen esos diagnósticos ambiguos, no especificados, que enmarcan un conjunto inexplicable de síntomas aparentemente no relacionados y, sin admitir que la ciencia no es capaz de explicarlo todo, van brincando de una especialidad a otra, van creando supuestos (todos en la misma lógica) y entonces surgen términos diagnósticos que tratan de dar soporte clínico a ese malestar del que poco se sabe. Tal es el caso de la “fibromialgia”, “encefalomielitis miálgica”, “síndrome de fatiga crónica” (SFC) o también llamada “enfermedad sistémica por intolerancia al esfuerzo”.
Como su denominación lo indica, se trata de una afección incapacitante que se caracteriza por fatiga extrema de causa desconocida, y que no mejora con el descanso; se observa pérdida de memoria o falta de concentración, dolor de garganta, dolor muscular sin causa aparente, dolores de cabeza, espasmos nocturnos, somnolencia, insomnio, nausea, entre otros. Entre 15 y 30 millones de personas en el mundo han sido diagnosticadas bajo esta denominación, siendo más frecuente en mujeres que en hombres, 95% aproximadamente, cuyas edades van de los 30 a los 60 años de edad (Casariego, 2012). El diagnóstico se da por descarte, al pasar por numerosas especialidades que desconocen su etiología; es decir, ahí donde no es, es.
Generalmente después del tránsito por las ciencias médicas que podrían explicar la sintomatología, se concluye que “dicho padecimiento deriva por sus efectos en ansiedad, depresión y estrés” y que “probablemente no se esté frente una enfermedad de aparición reciente, sino que ha existido siempre, aunque con otros nombres e interpretaciones fisiopatológicas” (Fernández Solá, 2018).
Cabe señalar que no todos los círculos médicos reconocen su existencia, muchas veces lo describen como una simulación, por cierto, criterio relevante en la Psiquiatría para configurar el Trastorno Histriónico de la Personalidad. El pronóstico se centra únicamente en el tratamiento de los síntomas para mejorar la calidad de vida, y la vía reconocida en el campo de las psicoterapias es la cognitivo conductual para “mejorar el grado de adaptación” de los pacientes.
No es mi intención realizar un abordaje profundo de la etiología estudiada ni de la bibliografía médica disponible, basta con los datos señalados para darse cuenta de que lo descrito anteriormente no dista mucho de los casos de histeria que Freud estudió; y pertinente resulta considerar la posibilidad de que estas manifestaciones físicas se desprendan de procesos psíquicos inconscientes. Poco se sabe del abordaje pensado desde el psicoanálisis sobre esta afección y de poca utilidad será tratar de explicar, únicamente a partir de los síntomas generales, la conformación de un cuadro de histeria; sin embargo, se pueden poner a reflexión algunas consideraciones.
Existe un cuerpo representante y personificador; en este caso un cuerpo agotado, desprovisto del más mínimo nivel de energía, obligado a estar tumbado, inmóvil, paralizado. Un cuerpo que además sufre de dolor, en sus diversas manifestaciones. El síntoma es real, el sujeto padece, pero no padece por el síntoma, padece a través del síntoma.
Considerando el cuerpo como contenido y continente, con sus límites que determinan el mundo dentro y el mundo fuera, en el SFC, es como si el exterior no se soportara y como si el interior no se reconociera. Es un cuerpo significante vuelto metáfora. Ante la ausencia de la palabra el cuerpo habla; ahí en el silencio, en una soledad que comparte con la posibilidad de la muerte. Ante la necesidad de la escucha, el cuerpo muestra; en los signos de la carne, ahí se aferra a la vida.
Jennifer Brea, Dra. en Ciencias Políticas por la Universidad de Harvard, realizó un documental en donde narra su historia y la de otras personas en el mundo que han sido diagnosticadas con SFC; las describe como “personas aisladas del mundo, obligados a estar tirados en una cama, incluso algunos deben vivir en la oscuridad total, incapaces de tolerar el sonido de una voz humana o el roce de un ser querido”. En palabras de la propia Jennifer: “cuando nos agotamos física o mentalmente, lo pagamos y lo pagamos caro, es la prisión hecha a la medida. Conozco bailadores de ballet que no pueden bailar más, contadores que no pueden contar, estudiantes de medicina que nunca llegaron a ser médicos. No importa lo que fuiste antes, ya no puedes hacerlo más. Debes quedarte en casa e inclusive dejar de trabajar. Somos cuerpos que se derrumban. Mi cerebro no es el que era. Las explicaciones psicológicas sólo han frenado e impedido el desarrollo de investigaciones científicas, las instituciones nos han abandonado. Las enfermedades autoinmunes en un principio eran diagnosticadas como hipocondría, del 75% al 90% de estas enfermedades se dan en mujeres y si ven que eres mujer y te diagnostican con una categoría de estas te dicen que estás exagerando los síntomas, pero si eres hombre te dicen que debes ser fuerte y debes aguantarlo.”
Por otra parte, Natalie Pescetti relata: “Opté por entusiasmarme por mi vida y energizar mi cuerpo, energizar cada célula; me di cuenta de que había hecho todo lo opuesto: complacer a los demás, ser alguien que no era, olvidé esos sueños profundos, las fantasías y los deseos. Entonces pensé ¿y si mi cuerpo es sólo un producto de mi mente?” Este fragmento me remite por analogía a las nociones de catectización que Freud explicó en el Proyecto; neuronas descargadas de energía o con demasiada energía que produce dolor y una vivencia de insatisfacción.
Dos testimonios que representan las dos posiciones tomadas ante la explicación de este padecimiento: la explicación con base científica en donde el cuerpo orgánico enmaraña una serie de mecanismos sumamente complejos y por ello aún no comprendidos, pero definitivamente con base orgánica; y la explicación con base psíquica que entiende el cuerpo como mensajero de un malestar que no es propiamente orgánico pero que así se manifiesta; un síntoma que se desprende de la representación de la inmovilidad y no del músculo propiamente, por poner un ejemplo. Las posiciones son controvertidas, unas desacreditadas por falta de pruebas; otras que guardan la esperanza de algún día encontrar la explicación en los componentes más mínimos del organismo.
El cuadro empeora, los cuerpos se muestran con afán demostrativo, creíble, los signos orgánicos varían indicando que algo ya no es “normal”, pero no se sabe por qué. La medicina indica pastilla tras pastilla (la cuales obviamente inciden en el estado natural del organismo y de alguna forma impiden distinguir entre su efecto y el padecimiento original).
Los síntomas se vuelven protagonistas de la vida, el más mínimo cambio es percibido. La angustia se vuelve al cuerpo, el cuerpo visto como el todo, un todo que arde, que duele, que martiriza, que se ataca, que sufre, que limita.
La histeria descrita por Freud, si bien pudiera equipararse a sus manifestaciones actuales; no podría concebirse de la misma manera, dado el contexto actual en el que vive el ser humano. La revisión político-social-cultural de cada época marcaría una pauta para tratar de explicar el síntoma que se nos presenta. Es necesario observar la realidad que atraviesa a ese cuerpo y comprender que su manifestación no la explica la casualidad, ni el azar; tiene un tiempo y un espacio particular que dan cuenta de lo que se ha gestado en el sujeto, aquello que el sujeto lleva al cuerpo, arrastra en el cuerpo, muestra en el cuerpo. Como un código, un llamado dirigido, el síntoma se manifiesta entonces de las más diversas formas. Un cuerpo pulsional en donde el goce encuentra satisfacción en el organismo, un cuerpo simbólico que toma como representación cierto síntoma y un cuerpo imaginario constituido a partir de la relación con el otro.
En un intento de explicación, podemos decir que algo de la imposibilidad ante lo demandado incapacita, algo del deseo imposibilita y algo del goce mantiene insistente al síntoma.
El deseo se transforma en síntoma incapacitante al enfrentar al Otro, ya no se rebela, ya no lucha, pero tampoco declara su derrota, utiliza el síntoma como incapacitante y se adueña de su propio cuerpo. Se desea el éxito profesional, se desea el reconocimiento social, “comerse el mundo”. Pero no llega, no llega la saciedad, y eso duele. Y ese dolor busca ser nombrado, busca ser reconocido y atendido; entonces se presenta, se re-presenta, se repite enmascarándose en el cuerpo. Dice que duele por no decir que sufre, que sufre de abandono, de soledad, de no ser visto como alguna vez deseó.
No podemos negar la existencia de la materia orgánica y sus increíbles procesos, de sus fluidos y sus interacciones; mucho menos podemos ignorar el efecto de la palabra en los procesos psíquicos y sus manifestaciones. Pretender excluir modelos de estudio sería navegar en la oscuridad hipnotizados por pequeños destellos de luz. Si bien, integrar un diálogo con otras áreas de conocimiento resulta complejo, conflictivo y a veces contradictorio, constituye una vía interesante para hacer frente a la oscuridad.
Cierro con dos viñetas, ambas sobre mujeres que ha sido diagnosticadas con SFC.
“Esa regla le llegó a la niña con mucho dolor, con mucha sangre. Así se convirtió en mujer. ¿Eso es convertirme en mujer? ¿Tener ese dolor? ¿Tener ese desarreglo de mi cuerpo que me ensucia?... Y lo curaban con infusiones hirvientes, ese calor que quemaba sus entrañas. Le dijeron que al ser mayor cesaría ese dolor. Uno más al parir, otro más cada mes. Nuevos dolores. Y el dolor no cesó. Entonces, ya mujer, comenzó a dormir más y más, a veces sentía rabia de despertar porque en el sueño vivía lo que no pudo vivir por culpa de esos dolores. El presente era muy difícil de vivir y hacía de sus recuerdos su presente…para volver a disfrutarlos reviviéndolos en sus sueños.”
Chary, “La bella durmiente”
“Aunque nos vean en la calle con buena cara, intentando hacer cosas; también tenemos momentos en que sufrimos un montón. Dolores insoportables”
Anais Carmona
Esos dolores que finalmente sí son soportados en el organismo por no poder soportar lo que enmascaran.
*Trabajo presentado por la autora en Jornada de Carteles
para la Escuela de la Letra Psicoanalítica