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Sobre el acto de nombrar (Parte II)

  • Patricia Meléndez Aguirre
  • 22 feb 2018
  • 3 Min. de lectura

Analizo mi nombre y no recuerdo el agua de bautismo, ni entiendo esa palabra al paso de la cual se gira mi cabeza.

Años de niña, ecos de un solo nombre, color de identidad para soñar con nombres diferentes, ocultos en diarios, tan sólo conocidos por blancos personajes semihumanos.

Y un día llegas tú y me identifico, me dices: -Margarita- y me conozco: la belleza perenne, la sencillez botánica a la margen del río.

Cada nombre es un mantra, se escribe en el destino muy antes de nacer nuestros abuelos.

Me llamo si me nombras, y ya no necesito de otro sueño. Ahora y siempre vomitaré una estrella cuando te nombre.

Margarita Souviron

Una palabra puede tener el poder de transformar, de destruir, de crear, de revivir.

La palabra está en el origen de todo, nos precede, está ahí aún antes de haber nacido; el mundo está lleno de palabras y ante ello podemos considerar dos posiciones: entendernos únicamente como seres biológicos que al llegar a cierto grado de madurez somos capaces de utilizar el lenguaje o asimilar que esta estructura de lenguaje atravesará y marcará en adelante nuestra manera de relacionarnos con el mundo. Dicho de otra manera, la palabra no es del sujeto, la palabra toma al sujeto y es porque ya ha sido hablado que habla; así se genera su carácter único respecto de los demás.

Así, la palabra designa, llama, invoca y convoca a todo aquello que toca. Nombrar va más allá; nombrar es dotar de significado y por lo tanto de sentido, el cual dependerá del emisor, la intención, la situación y el contexto (tiempo y espacio). De esta forma es posible que dos frases teniendo el mismo significado cambien de sentido si los momentos, las formas y los emisores son distintos.

Al nombrar se otorga identidad y a la vez se generan asociaciones o referentes sobre lo nombrado; se genera una realidad a partir de las palabras dichas y su contenido implícito (relación del signo explícito con el sentido, las proyecciones inconscientes y los códigos que cada cultura impone sobre la práctica interpretativa).

Max Colodro señala que el significado literal de una expresión es relativo a un trasfondo de saber implícito, esto quiere decir que no existe en realidad una recepción plena o bien literalidad en la expresión. Leer es, por ejemplo, un procedimiento en el que nunca es claro el límite que separa la significación que procede de la intencionalidad efectiva del autor, de aquella que se origina en la proyección inevitable realizada por el lector, la cual varía con el tiempo. Muestra de ello la obtenemos cuando leemos el mismo texto en etapas diferentes de nuestra vida, el texto es el mismo, las mismas palabras; la interpretación o significación cambia. Como nos nombran, como nombramos, como nos llaman o llamamos son formas de contar historias, exponer afectos, revelar heridas.

¿Qué es lo que nombra? ¿A quién convocamos cuando nombramos? ¿Qué contiene el llamado que recibimos? ¿Qué revela de nosotros el acto de nombrar? Cuestiones que únicamente pueden ser exploradas desde cada uno, no existen manuales, ni interpretaciones generales; para ello bastará un espacio, un hablante y un psicoanalista.

Son las palabras las que toman una actitud, no los cuerpos;

las que se tejen, no los vestidos;

las que brillan, no las armaduras;

las que retumban, no las tormentas.

Son las palabras las que sangran, no las heridas.

Pierre Klossowsky

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