
Estoy convencida de que una de las decisiones más complejas que debemos tomar al momento de buscar ayuda psicológica es definir hacia dónde movernos; surgen preguntas como: ¿con quién es mejor acudir?, ¿qué tipo de terapia me conviene llevar?, ¿por cuánto tiempo estaré en terapia?, ¿qué tan frecuente serán mis citas?, entre muchas otras.
Lo anterior sin contar las numerosas opiniones (carentes de fundamentos) que señalan a la psicoterapia de manera negativa ya que existen diversos mitos acerca de los campos de conocimiento que estudian los procesos mentales.
Quisiera comenzar por el hecho de basar nuestros pensamientos y nuestras acciones en la idea de normalidad; de aquí partimos hacia lo opuesto que sería lo anormal, ¿y qué es lo anormal? Podemos definirlo como "aquello fuera de lo que existe mayoritariamente", "algo distinto de lo general o de lo común". Entonces, valdría la pena pensar qué y por qué algo es definido como anormal.
Una vez considerado este concepto, podemos observar que para una generalidad que entiende la psicoterapia como un método para "reparar" o "recuperar" algo que se ha trastocado, que se ha perdido o que se ha roto, y devolverlo a un estado "normal"; acudir con un especialista del campo de la "psique" (psicólogo, psicoterapeuta, psicoanalista o psiquiatra, con sus respectivas diferencias) implica asumirse en un lugar de anormalidad, en dónde algo no funciona como "debería" funcionar. Aquí es pertinente atender la noción del deber ser y del ser, no de forma exhaustiva sino aclaratoria para su debida distinción, considerando la primera desde lo moral y la segunda desde lo natural. Es decir, cómo es que se espera que un individuo se integre en una sociedad y cómo este individuo vivencia su propia existencia. Este es un tema extenso y de muchas consideraciones, no pretendo ahondar en ellas sino dejar sentada una base para poder evidenciar que resulta nocivo negar la naturaleza de nuestras emociones, de nuestros pensamientos y de nuestras acciones en pos de integrarnos "adecuadamente" en una sociedad normalizada.
Aquí retomo. No, no acude a terapia quien es débil, quién está perdido (en sentido negativo), quien está enfermo, quien está "loco", quién no es "normal". Todos los seres humanos tenemos debilidades (que resultan fuentes de fortalezas), estamos perdidos para descubrir y, dada nuestra individualidad y subjetividad, contemplamos diferencias que enriquecen nuestro entorno.
A lo largo de nuestra vida es necesario replantear aspectos relevantes que inciden en nuestra manera de relacionarnos con nosotros mismos y con el mundo, para muchas personas resulta necesario acudir con alguien que ayude a liberar en forma de palabras y acciones aquello que está en movimiento y así encontrar la mejor manera de acomodarlo.
Existen diversos motivos por los que una persona acude a terapia, basta con entender que depende de las características personales de cada individuo, de las redes de apoyo con las que cuente y de la apertura para reconocer las propias limitaciones y carencias. Lo cierto es que abrir la puerta en este camino implica la voluntad de recorrerlo tomando las riendas de la propia vida confiando en que para ello habrá una persona capaz de guiar y sostener. Esta relación sólo podrá ser efectiva a partir de la plena honestidad sobre lo que trate en cada sesión; es decir, imposible será llegar a un punto cierto, válido y promotor de un cambio si negamos, ocultamos o sesgamos los hechos y los dichos. No será un camino fácil, habrá de transitarse por tramos que produzcan incomodidad o sufrimiento, sin embargo cada paso ayudará a entender y lograr modificar aquello que causa malestar.
Finalmente, es necesario comprender que la psicoterapia no actúa de manera inmediata; es posible notar un cambio desde las primeras sesiones pero esto dependerá, entre otras cosas, del conflicto en si (subyacente al motivo de la consulta). La constancia será clave fundamental para observar cambios trascendentales y así garantizar buenos resultados.